Acompañándonos en el morir
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Acompañándonos en el morir

Cuando de alguna forma participamos en el proceso del morir de una persona -y nuestro propio miedo no nos impide mirar y percibir lo que allí está ocurriendo- estamos en una situación privilegiada para tomar conciencia, ahondar en nuestra espiritualidad y retomar de forma renovada nuestro propio proceso vital en toda su plenitud.

En esta mirada interior hacia nosotros mismos podemos identificar las dificultades que tiene la persona que acompañamos en el morir con las que nosotros mismos tenemos en multitud de procesos de pequeñas muertes que se suceden en nuestra experiencia vital: la dificultad de resolver sus conflictos /aversiones, desapegarse de las personas y de lo material… y tantas otras. Esta es, quizás, una de las razones por las que las conversaciones con las personas que ya están plenamente inmersas en la aceptación del morir pueden ser tan enriquecedoras para aquél que acompaña.

Para que esto sea así nuestro propio miedo hacia la muerte -y el Misterio que la caracteriza- no tiene que ser tan fuerte que nos impida mirarla de frente, idealmente mirarla con curiosidad. Además, y también como consecuencia de lo anterior, si somos capaces de empatizar con el sentir de la persona que acompañamos, de dejarnos inundar por su propia tormenta corporal y emocional, el aprendizaje para nuestro propio proceso personal puede ser impagable.

En nuestra vida tenemos que dejar morir muchas cosas, por la simple razón de que necesitamos dejar espacio a otras nuevas, para que nuestra experiencia vivencial sea lo mas enriquecedora posible. Cuando nos aferramos excesivamente a nuestra historia, nuestro sistema familiar o nuestras experiencias pasadas, hasta el punto de que ello nos cierre a la nueva experiencia, estamos empobreciendo nuestra vida y dificultando nuestro propio proceso de cambio, de morir.

En este sentido, algunas de las conversaciones mas frecuentes -y mas esclarecedoras- que se tienen en el acompañamiento, versan sobre todo aquello que haría el moribundo con su vida si tuviera la oportunidad de vivirla otra vez. Eso sí, con la visión que ahora tiene después de enfrentarse a su propia muerte. El tremendo cambio en la escala de valores, en lo que es verdaderamente importante, en lo fútil de muchas cosas en las que invirtieron cantidades desorbitadas de un tiempo que ahora se percibe como precioso… es muy impactante. Y esto se da especialmente cuando acompañamos a personas que conocimos a lo largo de su vida, o cuando nos podemos permitir conectarnos con las emociones que se generan en aquel a quién acompañamos al repasar, con esta nueva mirada, su vida.

Poder tener esta visión cuando aún disponemos de una buena parte de nuestro tiempo vital por delante es de un valor incalculable -los que han tenido el privilegio de tener una Experiencia Cercana a la Muerte lo saben muy bien- Nos permite dejar fluir en nosotros, con naturalidad, los procesos de abandono y duelo para poder renacer a nuevos y enriquecedores espacios y vivencias. No sólo en los grandes hitos de nuestra vida, sino también en las pequeñas experiencias de cada día.

Desgraciadamente, en la sociedad occidental, vivimos en un entorno que nos incita a rehuir el hecho de la muerte, impidiéndonos con ello sentir con plenitud la energía y la experiencia vital. ¿Alguien se puede imaginar que es capaz de percibir en toda su profundidad la belleza si nunca miró la fealdad? ¿el placer si nunca sintió el dolor? ¿lo cálido si nunca sintió lo frío? ¿la dureza si nunca percibió la suavidad? Vida y Muerte se ven así como las dos caras de la misma moneda, indispensables la una para la otra.

Nacer y morir (morir y nacer) son procesos profundamente unidos, que cuando se viven con toda su verdad, con la plenitud de la experiencia corporal, emocional y mental, nos abren a una nueva y enriquecedora percepción de nuestra realidad, de nuestro propósito vital, de aquello que intuimos más trascendente en nosotros mismos.

No hay experiencia personal mas gratificante, que nos deje mayor sensación de plenitud, que ayudar a bien morir a una persona.

Germán Bertrand Baschwitz y Menchu Castán Andolz

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