Habitar el tiempo
A veces es cuestión de dónde se pone la mirada.
Lo fácil es ir deprisa. Entonces la mirada está afuera. Lo que se espera de mí, lo que tengo que atender o demostrar, es lo que me guía en ese momento.
Los mensajes externos me dicen corre, corre, más rápido, todavía no es suficiente, esperaba más de ti, la eficacia, el ser resolutivo… Y así.
Un montón de cosas a presión, metidas en un envoltorio de tiempo.
Quizás esperando que “el mundo” me devuelva una palmadita de validación que, de verdad de verdad, nunca llega como es deseada.
Date cuenta, me doy cuenta de que cuanto más deprisa hago, más pequeñito se hace el tiempo. Como si estuviera en pelea con él, con el tiempo: -A ver quién gana!
Y siempre acabo perdiendo yo, con las tripas revueltas de nervios y, a mi lado, la lista de cosas que todavía quedaron sin hacer…
Pero sé que hay otra manera, sin lucha, más desde dentro de mí, más desde mi necesidad real y no desde la necesidad de palmadita.
Aquí, conmigo, con tiempo, con el tiempo. Si lo miro desde el interior, ¿hay alguna diferencia entre el tiempo y yo misma?
Si me logro detener y me acompaño en el miedo de detenerme. Aunque sea tan sólo unos minutos. Si me respiro, desde dentro respiro, me dejo mecer por esa danza de la respiración. Mi manojo de nervios anudados en la tripa, como una gavilla… ¿para qué?
No lo creerás, así de primeras, pero muchas veces, retomando la acción más lentamente, sin frenetismos, ocurre el regalo de un tiempo que se expande, te da otras oportunidades.
Parece magia, y seguramente lo es, pues resulta que el tiempo tiene sus secretos.
//la imagen que acompaña el texto es una pintura sobre seda de Nieves Gabás//https://nievesgabas.portfoliobox.net/pinturas
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