Parece un cuento. – La historia de la vara
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Parece un cuento. – La historia de la vara

Esta historia de la vara la he contado varias veces a personas muy cercanas, siempre de forma oral. Me sucedió este verano, al menos el desenlace. Y cada vez que la explico, me siento contando un cuento, con la misma sencillez en la trama, claridad de los personajes y limpieza en el contenido, que una de esas historias que viajaron generaciones a la luz de la lumbre para alimentar los sueños y mostrar caminos.

La diferencia es que esta historia me ha ocurrido a mí y ha pasado de verdad. No necesito decir eso de “…hace mucho, mucho tiempo en un lejano país…” para conceder el beneficio de la duda a su veracidad.

Quizás no sea una historia extraordinaria, pero a mí me ha susurrado secretos al oído y por eso la escribo, por si te gusta, por si te sirve…

En junio de 2019 tuve la ocasión de conversar con una mujer sabia. Ella viene de Méjico y pertenece a un linaje de mujeres ‘medicina’ de la tradición maya. De una sencillez que te desmonta, su contacto con la tierra es sagrado, porque su mirada hacia ella y hacia las personas traspasa los velos intermedios y reconoce el misterio, poniéndolo con una reverencia natural en el primer lugar. Tuve el privilegio de participar en rituales de su tradición, que guiados por ella se convierten en universales, sin pretensión ninguna.

También tuve la suerte de compartir un rato a solas, pues se ofreció a ayudarme a buscar mi “nahual” con una especie de oráculo hecho de semillas traídas de su tierra, en Chiapas, que ella iba agrupando en montoncitos ante mis ojos: ­-Tu Nahual es Aj- concluyó. Ella me explicó varios aspectos relacionados con su significado y entre ellos, me comentó que yo necesitaba conectar con mi “autoridad natural” y ejercerla. Me contó que, para ello, yo precisaba una vara, símbolo de autoridad. Me aconsejó que no la buscara, porque la propia vara, como en los cuentos, sería la que saldría a mi encuentro.

Y así, pasó un año.

Yo, de vez en cuando, me acordaba de la vara, aunque en ninguno de mis frecuentes paseos por la montaña vi ninguna que llamara mi atención. Por otra parte, la manera de conversar de Josefa, era tan sencilla, tan leve, que sus palabras se perdían en el recuerdo como sin importancia…

En el verano siguiente, en tiempos de pandemia, pasamos un fin de semana en una aldea perdida de Asturias, cerca de Galicia. Nos parecía un lugar apropiado para expandir el alma sin correr muchos riesgos. Pocas casas, algún hórreo, valle y horizonte, caminos con duende y mucho barro.

En la cuesta que bajaba hacia nuestra casita rural, descubrí una vara de avellano apoyada en el muro de piedra. Y, por primera vez, llamó mi atención:

Me gustaba, mucho. Pero Germán se reía diciendo, seguramente con razón, que esa vara allí dejada, a la fuerza tenía que tener un dueño. De hecho, al fijarme descubrí que había algunas varas más apoyadas en distintas callejuelas, en las puertas de algunas casas, en la entrada al único bar del pueblo…

Sin embargo, cada vez que pasaba por allí, la vara me miraba, esperando, en su lugar. Así que comencé a dejar ramitas sujetas entre el bastón y la pared, sólo para observar si alguien la había movido. Lo cierto es que no la olvidaba, aunque tampoco me sentía empeñada en quedármela.

La tercera tarde era la última que íbamos a pasar en la aldea. Al día siguiente, volveríamos para casa. Camino de nuestra habitación saludé a un señor mayor que estaba afanado tallando un palo con su navaja.

– ¡Buenas tardes! ¿Qué hace usted, una cuchara? -le pregunté.

– No, es el mango de una navaja. Compro el filo y lo engancho después.

-Anda! ¿Y qué clase de madera usa?

-Es boj. ¿Lo conoce usted?

– Oh, sí. – dije- En mi tierra también se talla el boj.

Hablábamos despacio, dando tiempo al tiempo, mientras él no dejaba de trabajar la madera. En medio de esta conversación me acordé de pronto de la vara. Entonces la señalé y le pregunté si era suya.

– Sí, sí que es mía. ¿La quiere usted? Ya se la puede llevar… ¡Será por varas, aquí! ¡Las que quiera!

Yo me puse tan contenta, claro. Estaba con el agradecimiento en mi boca a punto de salir, cuando me dijo:

– ¡Espere, espere, que tengo algo mejor para usted!

Se metió hacia adentro del hórreo y sacó una extraña vara, con una empuñadura natural torneada en espiral, preciosa. Yo la observé maravillada, admirando su belleza y su fragilidad al mismo tiempo, pues en la base el diámetro era muy escaso, de poco más de un centímetro.

– Esta vara es de bambú. La he traído de un pueblo cercano en que tengo familia.

Él se dio cuenta de mi reacción dubitativa, mientras yo calibraba la fragilidad del cayado que me ofrecía.

– ¡No tenga miedo, mujer! ¡Ya se puede usted apoyar en ella, ya! Sin duda que le sostendrá, ni lo dude. Pero una cosa le tengo que advertir: si usted golpea con ella, una piedra, por ejemplo, entonces la vara se quebrará al instante, tiene que tener este cuidado.

Escuchando esas palabras, dichas como si nada, como las de Josefa, me emocioné. Palabras que eran para mí y que de pronto me ayudaban a comprender: La autoridad es para sostener, no para dañar.

Supe entonces que penetrando esta verdad sí que podría reconciliarme con la idea de la autoridad y quizás, comprometerme a ejercerla.

Tomé la ligerísima vara de sus manos, con gratitud en mi mirada. Yo ignoro si el buen hombre sospechó cuánto significaba para mí esto que estaba sucediendo, como si nada.

A la mañana siguiente constaté el sostén de la vara en un paseo juntas por los bosques de Asturias. De vuelta a casa, ya por la tarde paseé con ella por las dehesas de la sierra de Madrid.

Y desde entonces, aquí la tengo, conmigo. Un símbolo que me ayuda a recordar la buena y necesaria autoridad, sin violencia. Tantas veces me apoyé en ella a través de otras personas, que tal vez, en este momento de la vida, yo pueda empezar a ofrecerla como un regalo a otras personas.

8 Comentarios
  • Yolanda Rubio LAgo

    04/02/2021at15:38 Responder

    Qué risa me entró al imaginarte colocando las ramitas entre la vara y la pared, perseverando con una táctica al alcance de tu mano. Una autoridad que nada tiene que ver con colocar a nadie entre «la espada y la pared»…Gracias Menchu

    • Pepa

      08/02/2021at08:21 Responder

      Menchu, gracias por compartirte con nosotras. Me ha encantado tu historia y hecho pensar lo difícil de ese equilibrio. Autoridad positiva, podría ser?

      • Menchu Castán

        09/02/2021at14:00 Responder

        Eso es, Pepa. Un tema difícil para mí y para otras personas: Reconciliarse para poder construir una autoridad sana…

    • Menchu Castán

      09/02/2021at13:58 Responder

      Gracias, por tu comentario y por tu humor… Tácticas al alcance!

  • Josefa Kirvin kulix

    01/03/2021at23:18 Responder

    Querida Menchu, realmente me parece una gran historia. Me sentía estando en toda las escenas que ibas contando con mucha emoción y sencillez. Que tu corazón, tus pasos, tu historia, tus linajes te sigan guiando a ese gran misterio del bosque, sorpresa de la vida. Te deseo sigas descubriendo el valor, la fortaleza, la guía de ese bastón. Que cada día como sale el sol, llega la luna, llegan las estaciones del año, va y viene del andar de la vida te sigas sosteniendo de esa hermosa vara.
    Muchas gracias por compartir el encuentro con la vara, sostén de tu caminar……flores y cantos sigan llenando tu hermoso bastón de tu vida.

    te abrazo

    ep kolalik (muchas gracias)
    Josefa Kirvin kulix

    • Menchu Castán

      08/03/2021at11:26 Responder

      Ep kolalik, querida Josefa, desde el corazón y agradeciendo los maravillosos encuentros mágicos.

  • Lila Reyes

    23/04/2021at18:38 Responder

    Me encantó el relato, lo visualicé de principio a fin, te imaginé poniendo esos palitos y hablando con el señor.
    La autoridad es para sostener, no para dañar…esta frase casi al final me ha emocionado…y mucho.
    Algo me tocó en lo profundo.
    Gracias Menchu por tu amable acompañamiento.

    • Menchu Castán

      24/04/2021at12:36 Responder

      Muchas gracias por tu comentario. Es una suerte poder compartir conflictos y significados. Ir desenredando el nudo que sostiene las dificultades… Un hermoso caminar

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