Lo que trae la pandemia, además
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Lo que trae la pandemia, además

A muchas personas nos ha afectado emocionalmente la pandemia, de una forma o de otra. Y todos hemos movilizado nuestros recursos adaptativos y de respuesta, para estar lo mejor posible.

El tiempo se va haciendo largo, aunque aparecen horizontes de solución, como promesas. Pero lo cierto es que no acaban de llegar los abrazos y la situación se prolonga, y con ella los retos.

Quien más quien menos, nos las hemos tenido que ver con el miedo -miedos diferentes en cada uno-, con el enfado, con la desgana y la desesperanza… Hemos tocado donde nos duele y hemos tenido que permanecer allí más de lo deseado.

Por el camino hemos ido encontrando hallazgos, pequeños o grandes descubrimientos. Es importante apropiarnos de estos aprendizajes que han mejorado nuestra vida, haciéndola más real, más lenta, más honesta o quizás más cuidadosa de lo cercano.

Han dejado de pasar cosas, hemos perdido, es cierto, pero también han sucedido otras nuevas que de seguir en la rutina habitual no habrían aparecido.  La pregunta sería: ¿Cuánto de lo que nos ha servido merece la pena conservar para cuando todo esto pase? ¿Cómo anclarlo, cómo guardarlo?

Solamente por el hecho de afrontar esta especie de desaceleración impuesta, este viaje a la incertidumbre, esta disminución de cercanía afectiva y lo demás… Solamente por eso ya somos más fuertes. Cada vez que atravesamos una dificultad construimos una fortaleza. Y de nosotros depende que sepamos integrarla, apreciarla.

La incertidumbre se ha plantado delante, en nuestras vidas, justo en el meollo. Incertidumbre de salud, inseguridad laboral, el no saber cuánto va a durar esto, el no poder hacer planes… Es como un muro delante que nos devuelve continuamente hacia el presente. Esto hay hoy, este día, ahora.

Y claro que es difícil, pero también poder permanecer en el aquí y en el instante viene siendo para muchos una búsqueda de años.

La sensación de pérdida también se ha instalado en el escenario. Pérdida de posibilidades, pérdidas económicas, afectivas, personales. Pérdidas que han desatado enfados y rebeldía en algunos casos, y tristeza en muchos. Y que nos recuerdan que en el proceso de vivir hay una sucesión incesante de regalos y de mermas y que desapegarnos es algo a lo que nos enfrentamos todos, sin poder evitarlo, como parte de un viaje que culmina con el soltarlo todo.

Por otro lado, algo ha pasado en el ámbito de las relaciones. Los contactos se han reducido, y también la calidad de los mismos. Los círculos se han estrechado, así como las actividades que hemos podido compartir. Algunos hemos tenido que elegir y conformar burbujas sociales. Ha habido relaciones que han desaparecido o pasado a un segundo plano, mientras que con otras personas hemos reinventado formas de comunicarnos y alimentarnos. Nos hemos descubierto para bien.

Esto no ha terminado todavía, es verdad. Pero podemos sentir brotando la primavera con su fuerza. Y esta vez no nos pilla encerrados en casa, intramuros. Podemos sentirla y vibrar con ella abrazando sus aires de renovación.

Seguramente queda mucho por transitar y necesitaremos ayudarnos unos a otros para hacerlo, como otras veces.

Sólo quisiera que no olvidemos poner la mirada también en lo aprendido, también en las fortalezas: Valorarlas y hacerlas nuestras.

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