Eutonía: la quietud en el movimiento
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rendirse a la incertidumbre

Eutonía: la quietud en el movimiento

Hay un tiempo para estar delante

y un tiempo para estar detrás

Un tiempo para estar en movimiento

y un tiempo para estar en descanso

Un tiempo para estar vigoroso

y un tiempo para estar exhausto

Un tiempo para estar a salvo

Y un tiempo para estar en peligro

(Verso 29 del Tao Te Ching de Lao Tzu)

La eutonía nos propone un camino hacia el logro de un movimiento libre de tensiones, armonioso, económico y expresivo. Y, sin embargo, muy a menudo las consignas de trabajo se desarrollan más en la quietud, a veces de forma tan prolongada que esto se hace difícil de entender para muchos y se percibe como  algo contradictorio.

De hecho, durante muchas sesiones de trabajo, el movimiento parece ser un objetivo en el horizonte, que apenas se atisba en algunos ejercicios finales. A veces, cuando se llega a experimentar el movimiento generado a partir de la consignas de eutonía, aunque sea de forma fugaz, alcanzamos a darnos cuenta de que se trata de algo especial, diferente, de otra calidad… Es posible que esta percepción nos dé la clave para entender que fue necesario recorrer un camino  para llegar hasta allí.

Para explicar esta vinculación entre la aparente inactividad en algunas de las propuestas y la búsqueda del movimiento, se puede recurrir a diferentes conceptos, algunos de ellos dentro del campo de la fisiología y de la  anatomía…. Y, sin embargo, no me gustaría referirme hoy sólo a ellos. Me propongo más bien, hacer una lectura vivencial y personal, indagando desde mi propia experiencia en la relación entre quietud y movimiento eutónico.

Como punto de partida, me gustaría decir que es en la inacción y en el sosiego donde se facilita el necesario y lento proceso de soltar tensiones musculares que están en la base de la persona misma, conformando su identidad corporal y emocional. Para hacerlo, es precisa la práctica repetida de una inactividad prolongada sin resistencias, en la que poco a poco se vayan generando todos los permisos musculares y emocionales. Y así, capa por capa, ir pudiendo soltar zonas de tensión en las que una parte de nosotros mismos quedaba retenida, habitando progresivamente un cuerpo disponible y dúctil, y una emocionalidad serena.

Y en relación con lo anterior sucede algo paradójico y bien presente en el trasfondo de la eutonía, y es el hecho de que que sólo desde la aceptación de la situación actual, con sus límites, podremos ir más allá de los mismos, traspasarlos y avanzar.

En nuestro camino de desarrollo, cualquiera que sea el plano en que nos movamos,  hemos de recorrer todas las etapas, y acelerarlas para vernos o que nos vean de una determinada manera nos conducirá antes o después a un retroceso.

En el horizonte de este proceso, que es un proceso a desarrollar en la inacción, podemos representarnos el movimiento como la expresión de un yo un poco más entero, recobrado, menos limitado. Movimiento como expresión genuina de un yo mismo único que primero necesito descubrir, darle permiso para ser, no desde la exigencia sino desde lo que soy realmente.

Otra construcción crucial para el movimiento eutónico es la progresiva toma de conciencia de la estructura ósea. Se trata de un desarrollo que discurre en paralelo con el anterior: al tiempo que avanzamos en el soltar de la musculatura fásica y de las tensiones profundas, es preciso despertar la fortaleza ligera en lo más interno para poder apoyarnos allí. Esta activación del esqueleto y de la musculatura tónica en torno suyo nos va a permitir encontrar un verdadero sostén en el que apoyarnos sin rigidez y liberar cargas, para poder dejar precisamente el resto del cuerpo disponible para el movimiento.

La manera en que accedemos a esta experiencia de descubrimiento y apropiación de la estructura esquelética es frecuentemente a través de propuestas de propiocepción que se llevan a cabo nuevamente en quietud, o a través de consignas de microdeslizamiento en las que difícilmente se da un movimiento apreciable desde el exterior, o mediante ejercicios de percusión con cañitas o con los dedos que se llevan a cabo en parejas.

Si nos referimos, por otra parte, a las prácticas de contacto éstas también se suceden en un aparente reposo y estatismo. Y, sin embargo, lo que nos procura el contacto está en relación profunda con el hecho de estar vivo y de moverse: Contacto como un armonizador natural del tono muscular. Contacto como una forma de tomar conciencia del contacto que ya existe aunque no nos demos cuenta. Recordatorio de no estar solos, de estar conectados. Conciencia de que el movimiento también cobra su sentido en la relación, en el hacer cosas con el otro, hacia o para el otro.  Movimiento como expresión de uno mismo ante el otro, comunicación.

En eutonía vivimos la experiencia de un afinamiento perceptivo extraordinario que está en la base de un afinamiento del gesto. Y gracias a esa fineza, percibimos cómo la quietud está toda habitada de movimiento. Sobre un fondo antes opaco, comienzan a destacarse como tímidas figuras los movimientos de la respiración, la circulación, pequeños pulsos aquí y allá, percepción de diferentes sensaciones tónicas. Tomar conciencia de todo esto, nos abre a la delicadeza y nos pone en contacto con lo pequeño.

Podríamos decir que en esta toma de conciencia en la inactividad y la calma nos acostumbramos poco a poco a estar en actitud de presencia. Y esto nos ayuda a construir un gesto, un estar en el mundo y en la acción también más consciente, más presente.

Trabajo de conciencia, de presencia… Bastante difícil resulta ya de por sí la presencia en las sensaciones, con ese volver una y otra vez a aquí y a ahora, sólo para descubrir que nuevamente me he ido, y no enjuiciarlo. Permanecer tranquilamente, naturalmente, sin intención alguna, sólo estar, cerca del vacío. ¿Cuántas veces será necesario experimentar esto en el silencio y en la quietud para atisbarlo siquiera por un instante en el movimiento? ¿Cuántas veces este mismo recorrido?

En definitiva, es como si subyaciera una necesidad de hacer una toma de conciencia de mí misma, para llevarme entera al movimiento y al mismo tiempo, discurrir en él también sin intención, ausente de expectativas y deseos… La cuestión crucial es cómo conectar con el movimiento que me expresa, el que está dentro de la quietud, dormido, y dejarlo ser. Cómo encontrar un movimiento desde dentro y, sin embargo, desde un lugar donde de alguna forma me vacío de mí.

La búsqueda del movimiento en eutonía no la concibo como la persecución de un producto acabado e ideal. Finalmente el movimiento es igual a la vida, es la respuesta al desorden, en una dinámica en la que desde el desequilibrio actual surgirá un movimiento que creará un nuevo equilibrio efímero, y después otra vez caos y así sucesivamente…

Finalmente, estamos siempre en la creación de nuevos equilibrios. Lo verdaderamente hermoso es acercarse a intuir que ese movimiento contiene algo de la esencia de la vida. Desde la eutonía lo que buscamos es que este proceso continuo de homeostasis sea fluido, armonioso y no suponga una lucha, una resistencia, sino la posibilidad de discurrir a favor de la corriente de la vida, en una relación de confianza hacia ella.

Desde esta perspectiva todo es vida, todo es movimiento. La quietud apacible y presente está llena de él, frecuentemente más llena de lo que lo está un movimiento frívolo y superficial. El reto sería pues descubrir toda la vida que habita en esta quietud…. Para después poder recrearla y desplegarla.

Paralelamente, el movimiento contiene la quietud. A menudo, cuando contemplo la elegancia, la belleza y la simplicidad de un estudio de movimiento en eutonía, me gusta reparar en toda la presencia y el silencio que hay dentro de él, las que lo han hecho posible… Y esto me lleva a preguntarme: ¿Acaso podemos encontrar algo en la sesión de eutonía que no sea movimiento?

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