Habitar el cuerpo. Poder reconocerlo como una casa.
Estamos encarnados en la vida, en el cuerpo: es nuestra única manera posible de estar aquí, ahora, sintiendo.
Entrar en él, familiarizarse, reconocer sus esquinas con una presencia delicada que busca abrazar la experiencia sensorial.
Cuerpo que guarda memorias, toda la historia emocional contenida, cifrada en cada célula, en el paisaje tónico que nos da identidad.
Puertas adentro del cuerpo, el lugar íntimo, al que nadie más que yo puede acceder.
Y desde el límite de mi piel, poder reconocer y contactar con el mundo, los otros.
Muy poco a poco, casi inadvertidamente, ir atravesando el camino desde un cuerpo que observo como espectadora, al cuerpo que yo soy y en el que el conjunto de los planos -emocional, mental, experiencial, espiritual- se entrelazan.